Soy yo…
Mi hija Sara y yo éramos muy buenas amigas. Ella estudiaba en un internado que no estaba muy lejos, lo que nos permitÃa vernos muy a menudo. Entre visitas, nos escribÃamos o hablábamos por teléfono.
Cuando me llamaba, siempre decÃa: «Hola, mami, soy yo», y yo le respondÃa: «Hola, Yo ¿cómo estas?». A menudo firmaba sus cartas simplemente: «Yo». A veces yo la llamaba «Yo» para bromear.
Después, mi pobre Sara murió súbitamente, sin advertencia alguna, de una hemorragia cerebral. No hace falta decir que quede devastada. No puede haber dolor más terrible para una madre que perder a un hijo querido. Necesite de toda mi fe para seguir adelante.
Decidimos donar sus órganos a fin de que algo de bueno surgiera al menos de una situación trágica en todo sentido. En su momento, me entere por el Grupo de Recuperación de Órganos adonde habÃan ido todos sus órganos. No se mencionaron nombre, por cierto.
Mas o menos un año después, recibà una hermosa carta del joven que recibió su páncreas y sus riñones. ¡Cómo le habÃa cambiado la vida! ¡Oh Dios mÃo! Y como no podÃa usar su verdadero nombre, adivinen como firmo su carta: «Yo».